En el Antiguo Japón el sexo no era un tema tabú. Los japoneses tenían un concepto de homosexualidad, estrechamente ligado con las esferas militares y aristócratas, muy parecido a lo que ocurría en el mundo heleno. Incluso, tenían una palabra para designar las prácticas homosexuales, nanshoku, exclusivo para las relaciones entre hombres.
Este término es muchas veces malinterpretado como “sodomía” o “pederastia”. Esto es en parte a que muchos investigadores e historiadores consideran que en el Japón antiguo, se empleaban dicha palabra a modo despectivo. Pero como podréis comprobar en este artículo, nada más lejos de la realidad. La homosexualidad en Japón se dio sobre todo entre los famosos samuráis y las altas esferas aristocráticas, es decir el ejército y la nobleza. Pero, también entre el pueblo, el cual mediante sus artes y obras plasmó una sexualidad abierta en unos siglos donde la moralidad cristiana perseguía a los homosexuales en Europa.
Pero remontémonos más atrás. Según los textos, las primeras referencias a estas prácticas en Japón constan del período Heian (794-1185), época en la que el famoso gran maestro Kûkai (774-835). Kôbô-Daishi (fig. 1), como también se le conocía, fundó la escuela Shingon dentro de la rama budista Mahâyâna. Este monje desarrolló su propia forma de tantra, la cual podría despertar el espíritu mediante las relaciones sexuales. De esta forma, nacieron las prácticas homosexuales dentro de los monasterios japoneses, extendiéndose rápidamente por todo Japón. Incluso, inspiró a la creación de un género literario conocido como Chigo monogatari, que tenía como tema central las historias de amor entre los monjes y los jóvenes acólitos.

Este tipo de relaciones fueron tan populares que, a finales del s. X, el monje Eshin Sôzu, publicó un tratado titulado Ôjôyôshû. En el describía los castigos destinados en el más allá budista, a aquellos que practicasen la homosexualidad. Aunque, estas amenazas no sirvieron para nada, puesto que siguieron ocurriendo hasta tal punto que se creó la literatura Gozan. Este tipo de obras eran escritas por los monjes en chino. De esta forma podían manifestar sus preferencias sexuales sin ningún tipo de pudor o miedo a ser condenados. Este tipo de literatura llegó a perdura incluso cuando llegaron los cristianos a Japón. Según reflejó el padre Francisco Cabral en una de sus cartas en 1547.
“Las abominaciones de la carne y los hábitos viciosos estaban considerados en Japón como algo honorable; los hombres confían sus hijos a los bonzos para ser instruidos en tales cosas al mismo tiempo que los usaban para servir sus deseos.”
Pese a esto, no solo encontramos homosexualidad dentro de los templos budistas, sino que en otras esferas de la vida cotidiana japonesa también ocurrían este tipo de comportamientos. Se sabe, que durante el período Heian se escribieron multitud de obras literarias de contenido homoerótico (fig. 2). Un ejemplo de esto lo vemos en la obra “Genji Monogatari”, la cual relata el amor entre Genji y Kogimi. Puede parecer algo natural, estando en el s.XXI, pero dicho libro se escribió en el año 1000 de nuestra era, por lo que fue bastante adelantado a su tiempo. En el s.XII también encontramos referencias literarias de corte homosexual como la de “Fujiwara no Yorinaga”. En este caso, dicha obra relata las relaciones amorosas entre bailarines y cantantes de la época.

También dentro de los muros de palacio ocurrían este tipo de prácticas. Sabemos, que durante el reinado de los emperadores Shirakawa (s.XI) y Toba (s.XII), se usaron jovencitos como compañeros sexuales. Es más, se tiene constancia de que el emperador Go-Shirakawa mantuvo diversas relaciones sexuales con su ayudante Fujiwara no Nobuyori.
Esto continuo hasta el período Muromachi (s.XIV-XVI), donde incluso los emperadores exigieron a sus pajes llevar el rostro maquillado y usar peinados con trenzas, además de portar vestidos largos. Estos jóvenes, debían acceder a cualquier petición de los monarcas de índole sexual siempre que quisieran. Esta práctica dio como resultado el wakashudô o shudô, que se traduce como “el camino del hombre joven”. Este comportamiento fue asumido rápidamente por otros estamentos, como los samuráis.
Los samuráis implantaron el shudô, en el cual existían los wakashu y los nenja (fig. 3). Los primeros eran los jovencitos o efebos y los segundos “los que desean”. Este tipo de relaciones se propagaron rápidamente durante la era de los Reinos Combatientes (s.XV-XVI).

Estas figuras nos recuerdan mucho a los erastés y erómenos de la cultura griega, ya que al igual que ocurría en Grecia, este tipo de relaciones estaban basadas en la lealtad y la fidelidad. El nenja (samurái mayor), otorgaba al wakashu protección y trabajo, y éste a su vez debía serle fiel y sincero. De esta forma, se creaban fuertes vínculos durante la adolescencia del joven, acabando en muchos casos en relaciones de amistad tras su etapa de instrucción. También, al igual que en Grecia, el rol sexual desempeñado dentro de este tipo de relaciones era la del samurái mayor como el activo, y la del joven aprendiz como el sumiso, personificando así el rol de mujer. Los roles eran fijos, puesto que ser pasivo en la edad adulta era sinónimo de deshonra, algo que también ocurría en otras culturas.
Este tipo de relaciones con el paso de los siglos se corrompieron hasta llegar a la prostitución. Comerciantes de muchas ciudad comercializaban con jóvenes, dando lugar a la destrucción del shudô. Poco a poco, los barrios rojos fueron el lugar escogido por los hombres para mantener sus relaciones, pese a que los monjes y samuráis continuaron teniendo este tipo de uniones, al margen de la prostitución. Pero, todo esto desembocó que en las ciudades se comercializara con la homosexualidad masculina, hasta tal punto que nació la prostitución masculina.
Esto fue ligado a la aparición del oficio de kagema (fig. 4). Las obras de teatro o kabukis eran altamente conocidas y famosas en el periodo Tokogawa. Los actores de dichas obras se volvían famosísimos, esto les reportaba una fama que a muchos hombres de dinero atraía. Por lo tanto, no era de extrañar que ricos y nobles quisieran la compañía de estos muchachos a cambio de dinero. Poco a poco, la prostitución masculina dentro de los kabukis fue a más, dando como resultado la aparición de los hôkan o taikomochi, prostitutos masculinos que en muchos casos solían ser actores de teatro. Los nobles y comerciantes con dinero alquilaban los servicios de ellos, que en muchas ocasiones se encontraban en los kagemajaya, casas de té especializadas en la prostitución masculina. Es más, en ocasiones, eran las propias familias que tenían necesidades las que vendían a sus hijos a este tipo lugares. Es entonces, cuando estos actores comienzan a ser conocidos como kagemas. No solo se prostituían con hombres, sino que con mujeres de la alta alcurnia también.

Además, solían realizar trabajos que hoy conoceríamos como “scorts”, es decir, acompañamiento. A estos se les conocía como los onnagatas y solían ser actores de kabuki que interpretaban papeles femeninos en el escenario. Los ropajes y maquillajes que usaban en sus obras les hacía parecer personas de suma belleza, por lo que todos querían estar con ellos. Pronto, su rol comenzó a extenderse e incluso muchos sirvientes hacían pequeños papeles en sus casas para el disfrute de sus amos.
En cuanto a las relaciones lésbicas, debemos mencionar que existen pocas referencias al respecto. Aunque, se conoce que algunas oiran (cortesanas) mantuvieron relaciones sexuales con clientas adineradas. A este tipo de encuentros, se le denominó kaiawase (“juego de conchas”) (fig. 5). Pese a esto, poco sabemos sobre este tipo de prácticas. Incluso dentro del gremio de mujeres samuráis (onna bugeisha), se desconoce si practicaban las mismas costumbres que sus homónimos masculinos. Únicamente, sabemos de la existencia de mujeres lesbianas gracias a dos fuentes: las estampas eróticas de contenido lésbico; y las obras de Ihara Saikaku donde aparecen dichas relaciones.

Al igual que ocurre con las relaciones entre mujeres, las de los hombres también fueron retratadas en estampas y literatura. De hecho, se creó un género nuevo llamado Shudô bungaku. Esta literatura era una alabanza en honor al amor entre hombres. De entre las más destacas podemos mencionar Shin Yîki (1621), Dembu Monogatari (1624-1643) o la obra de teatro Onnagoroshi Abura no Jigoku. Gracias a lo cual, surgió un subgénero mucho más explícito de escenas sexuales tanto heterosexuales, como homosexuales llamado shunga (fig. 6). Esta corriente pictórica se expandió rápidamente por todo Japón, gracias en parte a su gran calidad y morbosidad.

Pero, como todo en la vida hay un fin, y este vino de la mano de los estadounidenses. En el s.XIX la moralidad norteamericana llegó a Japón, llegando a provocar que se cerraran algunas kagemajaya y algunos teatros de kabuki. Pese a esto, la prostitución masculina siguió presente en algunos locales hasta finales de siglo.
La llegada de los americanos provocó un choque de ideas, por un lado los que querían una apertura de fronteras y por otro, los que no. Esto desembocó en una serie de revueltas que dieron como resultado la Revolución Meiji (1866 -1869). Es entonces cuando empieza un período de moralidad entre los japoneses, dando como resultado la prohibición y penalización de las relaciones homosexuales desde 1873 hasta 1980. Los informes médicos, a la idea de perversión sexual y el puritanismo traído por la religión cristiana fueron el caldo de cultivo, para que un país que estaba moralmente más avanzado que el resto, retrocediera siglos de un plumazo.
Para saber más
Rodríguez, D. (2016): La homosexualidad en Japón y sus representaciones artísticas. Trabajo Fin de Máster para la Universidad en Estudios en Asia Oriental. Itinerario de Estudios Japoneses. Universidad de Salamanca.