Desde que nacemos nos han bombardeado de mitos y leyendas de dioses, semidioses y demás héroes que fueron desdichados por amor. Pero, me daréis la razón cuando digo que siempre eran mitos en su mayoría heterosexuales. Poco o nada sabíamos de la existencia de un catálogo inmenso de mitos homoeróticos.
Hoy en Entendi2, queremos hacer un repaso por esa mitología grecorromana oculta, por todos esos mitos que pocos conocen y que son necesarios sacar a la luz para entender, que los antiguos también tuvieron leyendas e historias de amores entre hombres y entre mujeres.
Comenzaremos nuestro viaje por la historia de Hermes y Crocos (o Crocus según algunas traducciones) (fig. 1). Según este mito, el mensajero de los dioses se enamoró perdidamente del joven Crocos. Pero, al igual que muchos de los mitos que conoceremos hoy, su historia acabaría en tragedia, puesto que un día cuando ambos jugaban con un disco, por azares de la vida el disco acabaría incrustado en la cabeza del joven Crocos. Poco pudo hacer Hermes para salvar al muchacho, puesto que murió en el acto. De su cabeza brotaron gotas de sangre que cayeron al suelo. El dios apenado quiso recordar al joven eternamente, es por esto que convirtió las gotas de sangre en estigmas de una flor. Esa flor desde entonces es conocida por todos como azafrán (Crocus sativus).

Nuestra siguiente historia, narra el primer amor del dios Dionisio con el joven Ámpelo (fig. 2). El mito narra como ambos jóvenes de igual belleza acabaron enamorándose perdidamente el uno del otro. El mortal Ámpelo desconocía por completo el origen divina de Dionisio y es por esto que el dios, fue receloso y protector con el muchacho. Ambos vivían entre sátiros y ninfas cerca del río Pactolo en la antigua Frigia. Se pasaban el día jugando, cazando e intentando impresionar al otro. Ámpero solía montar toda clase de animales para impresionar a Dionisio, leones, jabalíes y ciervos. Pero, el dios le aconsejó que no cabalgase nunca un toro y se guardase de sus cuernos.
La diosa Hera (madrasta de Dionisio), quiso atormentar al dios, por lo que mandó a la diosa del Error Ate, a hacer de las suyas. La diosa convertida en sátiro convenció a Ámpelo de montar un toro, puesto que de esa forma Dionisio quedaría perdidamente enamorado de él para siempre. Dicho y hecho, el joven busco un buen semental y lo montó. Incluso adornó su cornamenta con flores en honor a Jacinto y Adonis. Cuando comenzó a galopar, movido por el éxtasis decidió burlarse de la diosa Selene, la cual ni corta ni perezosa mandó un tábano a picar al toro. Este embravecido arrojó y corneó al joven contra unas piernas, separando su cabeza del cuerpo en el acto.
Poco pudo hacer Dionisio para salvarlo. Uso ambrosia en la herida para sanarlo, pero ya era demasiado tarde. Su perdida fue tan dolora que la Moira Átropos se apiadó de él y convirtió al joven en una nueva criatura. De inmediato surgieron raíces y ramas, dando lugar a una planta de vid. Dionisio apretó entre sus manos el primer racimo de uvas. De él surgió un zumo dulce debido a la ambrosia que producía embriaguez. De esta forma, llegaba al mundo el vino, gracias al sacrificio de Ámpelo.

Uno de los mitos más trágicos, a la par que bonitos es el de Apolo y Cipariso (fig. 3). Muchos conocéis el amor entre el dios solar y Jacinto, pero pocos saben de su amor hacia el joven Cipariso. Al igual que ocurriese con Jacinto, Cipariso fue pretendido por varios dioses, Céfiro, Silvano y Apolo, pero fue este último el que encandiló al muchacho. Apolo lo colmaba de regalos. Fue tal su amor por él, que le regaló un gran ciervo consagrado a las ninfas. Cipariso adoraban al animal con guirnaldas, piedras preciosas y oro. Poco después, el dios le regaló una jabalina para que el joven aprendiera a cazar por su cuenta. Durante un día de caza, vi un ciervo de lejos. Al intentar darle caza, por error mató al suyo y quedó apenado en el momento. Fue tal su dolor, que suplicó a Apolo que le dejase llorar para siempre al ciervo. Así pues, el dios le concedió que sus lágrimas fluyesen eternamente y lo convirtió en un ciprés. Desde ese momento, el árbol se convirtió en símbolo de tristeza, dolor y duelo por los seres querido y se consagro a los difuntos.

La historia del que hablaremos ahora está narrada en el poema épico titulado “las Dionisiacas”. Según este, el dios Eros intenta consolar a Dionisio tras la muerte de su amado Ámpelo contándole la historia de amor de Cálamo y Carpo. Carpo era hijo del dios del viento Cefiro y la ninfa Cloris y estaba perdidamente enamorado de Cálamo. Ambos jóvenes pasaban el día jugando y compartiendo su amor por prados y montañas. Un día, deciden hacer una competición de natación en el río Meandro con tan mala suerte, que Carpo es arrastrado por la corriente y muere. Roto por el dolor, Cálamo decide arrojarse al río para seguir a su amado al más allá. Pero Zeus, conmovido por su historia transforma al joven en una planta. Dicha planta, es la típica que vemos en los márgenes de los ríos y que acabó siendo llamada cálamo que significa “caña”.
Todos conocemos la historia de amor de Orfeo y Eurídice. Esa en la que el caballero de brillante armadura baja al inframundo a rescatar a su amada, pero es engañado y la pierde para siempre. Pues bien, tras perder a Eurídice, Orfeo se embarca en la aventura de Jason y sus Argonautas y es allí donde conoce a Calais. Según Fanocles (el autor de la historia), Calais rechazó en primera instancia a Orfeo, pero luego sucumbiría a sus encantos y suponemos que a sus dotes musicales. Pero, el amor de ambos duró poco. Al llegar a Tracia, las mujeres de allí capturaron a Orfeo y en algunos relatos lo descuartizan y en otros lo decapitan (fig. 4). ¿El motivo? Orfeo había introducido el amor homosexual en su región, apartándolas de sus hombres. Como castigo por su crimen, las mujeres de tracia fueron tatuadas generación tras generación.

El siguiente mito del que os hablaremos, muchos ya lo conocéis, se trata del amor entre Zeus y Ganímedes (fig. 5). Ganímedes era hijo del rey Tros, el cual dará su nombre a la mítica ciudad de Troya. Un día mientras el joven paseaba por la montaña Ida, en Frigia cuando Zeus lo vio y quedó prendando del muchacho al instante. Rápidamente, asumió la forma de un águila y descendió de los cielos para raptar al joven y llevarlo consigo hasta el Olimpo. Una vez allí, lo convirtió en su amante, compañero de lecho y su copero real. Esta función, ante atribuida a su hija Hebe (diosa de la juventud), molestó a Hera. Pero, como Ganímedes era tan hermoso, todos los dioses del Olimpo estuvieron de acuerdo con su estancia.
El padre del joven, apenado rogó que le devolvieran a su hijo. Pero Zeus, en compensación le regaló una vid de oro creada por Hefesto y dos caballos tan veloces que podían surcar los mares. Además, Hermes que fue el encargado de llevarlos obsequios al rey, le dijo que si quería volver a ver su hijo, solo tenia que alzar la vista al cielo, puesto que Zeus lo había convertido en estrellas, siendo hoy la constelación de Acuario que todos conocemos.

Nuestra dos últimas historias, están entrelazadas. La primera narra la historia entre el dios de los mares Poseidón y el joven Pélope. La segunda, cuenta como Layo, secuestró y tomo a la fuerza al hijo de Pélope, Crisipo. Pero comencemos por el principio. Pélope era hijo del rey de Sípilo Tántalo. Este, quería hacer una ofrenda a los dioses y decide descuartizar y cocinar a su propio hijo para servírselo (fig. 6). Cuando los dioses llegan al banquete, todos descubren el ingrediente principal menos Deméter que apenada por su separación con su hija, no se da cuenta y se come el hombro izquierdo del joven. Los dioses, decidieron traer de vuelta a la vida al muchacho y reemplazaron su hombro izquierdo por uno de mármol construido por Hefesto. Tras su resurrección, el príncipe era mucho más bello que antes por lo que Poseidón quedó prendado de él y se lo llevó al Olimpo. Allí le enseño a montar su carro, aunque Zeus con el tiempo decidió exiliar al muchacho a la Tierra puesto que su padre había robado la ambrosía de los dioses y se la había dado a los hombres.

Una vez en la Tierra, Pélope se casa y tiene un hijo, Crisipo que se traduce como “Caballo Dorado”. Por diversos motivos, Pélope acoge en su corte a Layo, hijo de Lábdaco y biznieto de Cadmo que había sido desterrado de Tebas. Pélope le encomendó que fuese el tutor de su hijo para que lo enseñara en el arte de la doma de caballos (fig. 7). Pero, Layo traiciona al rey y durante los Juegos Nemeos secuestra al príncipe y se lo lleva a Tebas donde lo retuvo por la fuerza y violó.

Los dioses castigaron la actitud del pueblo de Tebas por la permisibilidad de estos ante aquel acto. La diosa Hera fue la encargada de enviar la Esfinge a aterrorizar a los Tebanos. Por su parte, Pélope al enterarse de lo ocurrido maldice a Layo con el beneplácito de los dioses. La maldición que lanzó tuvo terribles consecuencias puesto que Layo no podría engendrar ningún hijo y si así lo hiciese, moriría a manos de él. Todos conocemos lo que ocurrió después, puesto que el mito continua con Edipo, el cual era hijo de Layo, mata a su padre y se casa con su madre (fig. 8).
Finalmente, Crisipo es rescatado, aunque debido a lo que le ocurrió durante su estancia en Tebas, se acabó quitando la vida más.

En definitiva, si algo hemos aprendido de estas historias es que NUNCA, debemos liarnos con un dios. Siempre acaba mal la historia. No, ahora fuera bromas, si hemos aprendido algo, es que en la antigüedad existían, contaban y transmitían todo tipo de historias de amor, sobre todo de contenido homoerótico. Algo que siglos después, será totalmente impensable para los autores, aunque muchos artistas durante el Renacimiento acaben plasmando en sus obras estas historias.