
Es indiscutible que vivimos en una era marcada por la Telerrealidad; por Realities Shows. Existen infinidad de formatos originales, adaptaciones,
copias (buenas y malas) y demás locuras random a modo de reality o docureality que inundan nuestras pantallas, tanto por rellenar las parrillas
de las principales cadenas de TV, como por estar ya presentes en múltiples espacios de Internet, así como en plataformas digitales.
Somos amantes y, en muchos casos, adictos al universo en el que nos sumergen estos contenidos y sus participantes. Nos evadimos de nuestros
problemas, fantaseamos, nos enamoramos, nos enfadamos, nos excitamos, apasionamos y emocionamos… Hasta nos plantean auténticas dianas
contra las que disparar todas las flechas envenenadas que queramos para descargar nuestras frustraciones y malas vibras.

Desconozco si esto es el inicio a terminar haciendo unos «Juegos del Hambre» reales, pero no es el tema que nos ocupa hoy… Y es que quiero que nos paremos a observar el especial éxito creciente que tienen los realities de «dating», los programas enfocados a «encontrar» o «destruir» el amor.
Ya no sólo Mediaset o Netflix apuestan por formatos como «La Isla de las Tentaciones» o «The Circle», hasta A3media se ha lanzado al ruedo con su
nueva propuesta: «Love Island», formato de triunfo internacional. Con toda esta variedad, incluso sobrecarga, hay algo que parece ser común y constante, inmune a la idea de cambiar… ¿Qué pasa con la presencia y visibilidad LGTBIQ+?

Está visto y comprobado que la comunidad lgtbq es un sector muy amplio (e intenso) dentro del público general de estos formatos. Pero también está
visto y comprobado que, a la inmensa mayoría de estas producciones, solo parecemos serles rentables e importantes como consumidores, como inversores y como pagadores de sus preciados materiales. Y no digo esto gratuitamente, ¡Dios (o a quien corresponda) me libre! Esque no comprendo por qué hay TANTOS programas que pretenden (o fingen) mostrar la mayor cantidad de ejemplos de relaciones sentimentales humanas posibles y que SOLO SE ABARQUE al mundo hetero cis, transmitiendo así a su audiencia que toda relación fuera de lo cis heterosexual no es normal o NO EXISTE.
Parece ser muy complicado incluir personas bisexuales, lesbianas y/o gays, de género fluído, transexuales o cis. Parece ser que eso no aumentaría el
número y calidad de sus tramas. Parece ser que puede incluso horrorizar al público… pero… ¡Qué curioso! En los pocos espacios que SI dan visibilidad a
todo tipo de relaciones y personas, como «First Dates», encontramos que lo más visto de su contenido es relacionado con el sector lgtbq.
¿Qué estamos haciendo mal? ¿Es culpa de la audiencia por caer en las garras del conformismo? ¿Son productoras y altas esferas los exclusivos responsables?
¿Puede, acaso, que nuestra comunidad no quiera formar parte de estos espacios?Más que en buscar responsables, la eficacia reside en ENCONTRAR SOLUCIONES. ¿Cómo conseguir este cambio?

Primero tengamos en cuenta que no podemos infravalorar el impacto que estos contenidos y sus protagonistas causan en nuestra sociedad y, sobre todo, en las nuevas generaciones (EL FUTURO DEL MUNDO), que se aprenden antes la historia de la relación entre Lobo, Marina y Lucía (participantes de la tercera edición de «La Isla de las Tentaciones») que la instauración y su proceso de la democracia en nuestro país. Por lo que mi objetivo, queridos bigotitos de colores, es que comprendamos que esas nuevas generaciones DEBEN VER todo tipo de relaciones e historias humanas con la misma naturalidad, empatía y normalidad
y que la telebasura, ya que tiene un poder de visibilidad TAN ENORME, tiene que usarse como arma para conseguirlo.

Como responsables de nuestro futuro… ¿Debemos crear un movimiento? ¿Recoger firmas? ¿Una petición o comunicado oficial? Siendo honestos… la opción de
que dejemos de consumir estos contenidos hasta que la cosa cambie (ÚNICA JUGADA PRODUCTIVA REAL) no es una opción viable…
Nos encanta ir de reivindicativos e igualitarios, de luchadores y activistas por decir «todes», poner #stophomofobia y #stoptransfobia en redes y subir fotos con arcoiris y banderas. Pero no renunciamos a nada.
Queremos el «TODO». El «YA». Creemos en el derecho divino más que los monarcas del Antigüo Régimen. Hemos olvidado el proceso, la paciencia, el sacrificio, la constancia y el dolor. Cambiamos las lágrimas de sangre por lágrimas artificiales, frente a una cámara, una pantalla o un espejo. Hace mucho que nos acomodamos al conformismo, a la crítica fácil y vacía y al eterno postureo. A regocijarnos en nuestra mierda.
Necesitamos ACCIÓN-REACCIÓN. Lo necesitamos en los realities, en la música, en la cultura urbana, en la política, en la calle, EN LA VIDA.
Algunxs han comenzado a andar, pero es un camino muy largo y complejo. Necesitan no hacerlo solxs. Bigotitos de colores, ¿Estais dispuestxs a qué? ¿Qué vamos a hacer para ser tan visibles como debemos y merecemos ser? ¿Qué vamos a hacer para, por fín, algún día coexistir DE VERDAD?
Yo tengo claro lo que quiero y lo que no. Quiero visibilidad, diversidad e igualdad en TODO. No quiero conformarme con lo que haya en el cajón de «últimas oportunidades».
Es el momento de pararte y pensar… ¿Qué quieres tú?
Pues querer… es poder.